domingo, 1 de enero de 2012

Editorial de la ong GRAIN sobre biodiversidad , soberanía alimentaria y cambio climático.

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 En la manipulada y fallida Conferencia de las Partes en torno al Cambio Climático en
Cancún y en la enorme movilización que desde abajo llegó para gritar en pos de
justicia social y ambiental. Nos hace repensar los falsos remiendos que se siguen
promoviendo con afanes de lucro.
Pero también, desde infinidad de rincones, las organizaciones, comunidades
y colectivos repensamos las verdaderas soluciones que hemos propuesto
mirando el panorama completo. Entendemos
que el sistema industrial capitalista
contemporáneo intenta controlar la
mayor cantidad de relaciones,
riquezas,
bienes comunes, personas y actividades
potencialmente lucrativas mediante leyes,
disposiciones, políticas, “investigación”,
extensionismo, programas, proyectos y
carretadas de dinero.
Los agronegocios, por ejemplo, que implican
producir (alimentos y ahora agrocombustiles)
en grandes extensiones de terreno
para cosechar grandes volúmenes y
obtener mucha ganancia a toda costa, tienen
incrustada una lógica industrial que ejerce
una violencia extrema contra las escalas naturales
de los procesos y los ciclos vitales,
y en su “integración vertical” promueven
una enloquecida carrera por agregarle valor económico a los alimentos con más
y más procesos —acaparamiento de tierra que implica concentración, desmonte y
deforestación; semillas diseñadas en laboratorio, de patente y certificadas; suelos
intervenidos (y empobrecidos) con fertilizantes y pesticidas megaquímicos, con
monocultivo y mecanización agrícola; transporte, lavado, procesamiento, empaque,
estibado, almacenado y nuevo transporte (incluso internacional) hasta arribar
a mercados, estanquillos, supermercados y comederos públicos.
Esto hace del sistema agroalimentario mundial (todo un tramado de actividades
relacionadas, muchas de ellas innecesarias) el responsable de emitir gases
con efecto de invernadero que pueden sumar 57% del total de gases emitidos.
Estos procesos sumados son lo que más contribuye al calentamiento que extrema
la crisis climática.
El modo industrial de producir alimentos produce ganancias inmediatas e incluso
ganancias adicionales si las empresas venden derechos de contaminación en
otras partes con tan sólo limpiar un poquito sus emisiones, gracias a mecanismos
financieros perversos que hoy tienen tanto respaldo institucional (como REDD).
Pero es claro que sus métodos son tan insustentables que en los últimos 50 años
el uso de agrotóxicos y otras prácticas industriales que erosionan los suelos han
causado la pérdida promedio de entre 30 y 60 toneladas de materia orgánica por
hectárea, es decir entre 15 mil millones y 20 mil millones de toneladas de materia
orgánica, lo que significa estar perdiendo el corazón de los procesos agrícolas que
sí pueden enfriar, estabilizar, la tierra.
No extraña entonces el caos ambiental del planeta, que además sojuzga a las comunidades
atrapadas en ese sistema globalizador que no resuelve la alimentación
de las comunidades ni los barrios pero sí vuelve trabajo innoble y a veces semiesclavizado
lo que antes era tarea campesina creativa, digna y de enormes cuidados.
Editorial

Por eso, producir nuestros alimentos de modo independiente del llamado sistema
alimentario mundial es algo profundamente político y transformador. Y lo
es porque recurre a las prácticas campesinas que durante milenios cuidaron los
territorios de un modo integral. Las comunidades campesinas que han cuidado el
monte (en su mayoría indígenas) y por ende el mundo, han cuidado por milenios
las semillas como el legado común más valioso de la humanidad y entienden que
la fertilidad y estabilidad naturales de los suelos dependen también de la estabilidad
y buen cuidado de la región más amplia del territorio (y sus bosques, aguas,
animales), mediante saberes mutuos, compartidos: verdaderos bienes comunes
que van más allá de las meras prácticas agrícolas convencionales.
La agricultura campesina puede enfriar la tierra pero hay que entender que esa
tarea es también algo que debe ser común, compartido, porque el cuidado
del territorio así lo exige, y porque las corporaciones son ya muy poderosas, muy
penetrantes.
Por eso, si en verdad creemos en la vía campesina para resolver el problema de
la crisis climática (y otras varias crisis relacionadas) entonces de modo muy radical
tenemos que volver a luchar por la defensa de la tierra en manos campesinas,
indígenas.
Sí. Hay que seguir buscando que los países bajen las emisiones. Hay que seguir
luchando por no permitir los sistemas de especulación financiera que recrudecen
la situación, que enriquecen a unos cuantos y dejan la contaminación intocada,
como el infame programa REDD. Hay que seguir frenando los nocivos proyectos
de la llamada geoingeniería.
Pero lo crucial es hacer un llamado en pos de una reforma agraria integral, a
nivel planetario y país por país, que reconozca los territorios (tierra, aire, agua,
biodiversidad, recursos) de los pueblos y su carácter comunal, inalienable, inembargable
e imprescriptible. Detener el proceso actual de acaparamiento agrario
por parte de gobiernos y firmas de especulación financiera. Emprender una defensa
de los territorios de los pueblos contra todos los proyectos extractivistas
que atentan contra la posibilidad de que, como campesinos, retomen un cuidado
de suelos, aguas, bosques, procesos vivos entre animales y plantas, con una
producción propia que no violente los procesos naturales biológicos y sociales
implicados en el cultivo, que circule pocas distancias, que reduzca los procesos
implicados entre la producción y el consumo, que recurra lo menos posible a los
mecanismos monetarios, que implique una integralidad entre cultivar, recolectar,
cazar, pastorear o cuidar animales de traspatio y que eso refuerce modos de vida
más equitativos, comunitarios y con afanes de justicia. Es crucial que los gobiernos
y la sociedad civil que sí tienen buena voluntad reconozcan que el modelo
extractivista, industrial, no es compatible con el “buen vivir” de los pueblos.
Es indispensable apoyar la autonomía, los autogobiernos, la autodeterminación
de los pueblos, pero no de una manera retórica y distante, sino desde los
mismos procesos de trabajo de base, organizados y sistemáticos.
Sólo así será posible que la agricultura campesina enfríe la tierra, contribuya al
cuidado del planeta y a la promoción de la justicia. Ésta es la verdadera lucha y
no es una tarea fácil. La soberanía alimentaria se alcanzará mediante un trabajo
en muchos frentes. Tenerla como consigna es crucial, pero emprenderla en nuestra
cotidianidad inmediata es un reto impostergable.
Biodiversidad se ofrece como instrumento para discutir, buscar respuestas, propuestas,
caminos comunes. Aquí estamos con el horizonte abierto pese a todo.l
biodiversidad

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