Manoel Santos
Altermundo
Ponencia de Manoel Santos en las XI Jornadas de las Juventud Independentista (Santiago de Compostela, Facultade de Xeografía e Historia, 2009). Tema: Crisis, alternativas y resistencia. |
En los últimos años, pero especialmente después de agosto de 2007, cuando la llamada crisis económica y financiera explotaba en los Estados Unidos, venimos oyendo hablar de boca de reputados economistas, filósofos y activistas próximos a los movimientos sociales antisistémicos del decrecimiento (referido a la producción y al consumo de las sociedades capitalistas) como única alternativa posible a la crisis del sistema neoliberal. No es una idea banal, ni despreciable en absoluto.
Antes de comenzar, habría que indicar en primer lugar que quienes participamos de la lucha de los movimientos sociales antisistémicos no buscamos alternativas a la crisis del sistema neoliberal. Buscamos alternativas al sistema neoliberal, esto es, que no nos valen las soluciones que proponen los poderosos, pues sólo tratan de “volver a la senda del crecimiento” y recuperar el estado financiero mundial previo a la crisis, como bien demuestran las inyecciones multimillonarias que el G20 acaba de decidir para el FMI, uno de los principales causantes de este desorden mundial que sólo habla de crisis financiera, pero que sobre todo está configurada por una crisis ambiental, una crisis alimentaria y una crisis humanitaria en todos los aspectos. Como bien dice el filósofo José María Ripalda: “Nos presentan una crisis ‘en el’ capitalismo, no una crisis ‘del’ capitalismo; como mucho se habla de algunas reformas legales que nadie cree que vayan ser profundas”.
Por lo tanto, la lucha es por cambiar el sistema, no por recuperarlo, y el decrecimiento un camino necesario que implica no sólo un poco más de conciencia ecológica o humanitaria, sino “un cambio radical en la manera de producir, de consumir y de vivir, una nueva manera de organizarnos social y económicamente” (Paco Fdez. Buey)
En segundo lugar, es muy importante destacar que debemos desterrar la idea de que el culpable de la situación mundial –en la que un 20% de la población explota el 85% de los recursos y en el que más de dos millones de personas mueren de hambre diariamente– es sólo la expresión neoliberal del capitalismo. Cierto es que la imposición mundial del capitalismo bajo su disfraz más bárbaro desde hace aproximadamente dos décadas, de lo que se da en llamar globalización neoliberal, no fue capaz, como afirman sus defensores –decían que el mercado por sí mismo regularía toda disfunción social– de solucionar las necesidades más básicas de la humanidad. Esa doctrina fundamentalmente económica –basada en el crecimiento–, pero también política, ideológica y social, por la que el capital dinero tiene más importancia que la el “capital humano”, generó más desigualdad social, más destrucción ambiental, más desprecio por los derechos humanos, por la diversidad cultural y por la soberanía de los pueblos, más inseguridad en todos los campos, del local al global, y un boquete insalvable entre el centro y la periferia del sistema.
Sin embargo, no es menos cierto que el enemigo no es sólo el neoliberalismo. Es el capitalismo en sí. El neoliberalismo no es más con un capitalismo gordo y seboso, muy pesado y poderoso, pero también con evidentes riesgos cardiovasculares, que por fuerza deben llevar al infarto. Nosotros intentamos inducir ese infarto y a ser posible sin que haya cerca ningún experto en reanimación cardiopulmonar. Como dice François Houtart: “La distinción entre un capitalismo salvaje y un capitalismo civilizado no existe, porque el capitalismo es civilizado cuando debe y salvaje cuando puede”.
TEORÍA DEL DECRECIMIENTO
El razonamiento de la llamada teoría del decrecimiento es bien sencillo, casi de perogrullo, y existe porque existe el crecimiento. El sistema neoliberal imperante se sustenta en la falacia de que un crecimiento continuo –entendido este como crecimiento económico medido más que nada a través del PIB– es directamente proporcional al bienestar de la humanidad. Según dicen proporciona empleo, servicios sociales a pesar de que estos sean privados, bienes materiales a puñados, cohesión social, tecnologías que arreglarán toda disfunción social a largo plazo y camina hacia una mayor igualdad entre los seres humanos. Pero a nadie escapa que este crecimiento, que sólo habla de un crecer infinito en la producción de bienes y servicios (PIB), no es compatible con el hecho de que se cimienta en uno continuo expolio de los recursos naturales del planeta, de la materia y de la energía.
Siendo estos recursos finitos, resulta por lo tanto evidente que el crecimiento continuo es un imposible, y con él caminamos no solo a un cataclismo ecológico irreversible, y por lo tanto a hacer peligrar la vida en el planeta, sino a una deshumanización de la propia especie humana, que extermina culturas, lenguas, civilizaciones y todo lo que signifique futuro. Frente a esto sólo parece quedar un camino, coger la autovía del decrecimiento sí o sí. En nosotros está que ese decrecimiento sea sostenible, controlado, o por el contrario traumático, en forma de recesión primero y grave y conflictiva depresión después, entrando en una especie de economía de guerra.
De este modo, quienes defienden el decrecimiento afirman que no es posible conservar el medio ambiente, y por lo tanto la humanidad, sin reducir la producción económica, responsable de que actualmente estemos superando la capacidad de regeneración del planeta, como veremos más adelante. Hace falta pues caminar hacia reducción radical del consumo y de la producción, estableciendo una etapa de transición hacia una nueva forma de organización social, hacia una economía que produzca bienes en función de las necesidades reales de todas las personas respetando los límites planetarios.
El decrecimiento por lo tanto no es una teoría ni un simple anhelo de los movimientos sociales. Ni siquiera tiene un programa concreto. No existe un comité mundial para el decrecimiento ni una fórmula global para decrecer. De hecho, algunas cosas tendrán que decrecer, más otras no. El decrecimiento es más bien una consigna, o a lo mejor una ley natural inevitable, tan inevitable como la noche después del día, “defendida por quienes realizan una crítica radical del desarrollo con el objetivo de romper el discurso estereotipado y economicista y diseñar un proyecto de recambio para una política del ‘postdesarrollo’? (Serge Latouche).
Vaya, que como dice uno de los padres del decrecimiento, Georgescu-Roegen, “antes o después el crecimiento, la gran obsesión de los economistas estándar y de los marxistas, tiene que terminar. La única pregunta abierta es cuando”.
EL MITO DEL CRECIMIENTO
El crecimiento económico –pues hay otros crecimientos benévolos e incluso deseables– parece ser la única medida que el sistema emplea para legitimarse y de él hicieron un dogma social que quedó impreso en las personas de lo común:
1. Es el objetivo central de nuestras sociedades, el horizonte de las políticas de quien nos malgobierna, incluso desde la izquierda, que discute la redistribución, pero no la producción y el consumo. Históricamente asistimos a un pacto izquierda-derecha con una connivencia de los sindicatos en materia económica.
2. Nadie se pregunta que y para que producir.
3. Hay una prostitución del lenguaje, de las consignas, para convencer a la población, pues sólo se habla de crecimiento (hasta negativo), como si hablásemos de rejuvenecimiento negativo en vez de envejecimiento (Giorgio Monsangini).
EL CRECIMIENTO NO CUADRA
Según la economía capitalista, o desarrollista, mientras los indicadores económicos vayan bien, ora decir hacia arriba, el nivel de vida de las personas será mejor, porque estas tendrán más bienes materiales y sociedades más tecnológicas que ayudan a ser más felices. De este modo, en los últimos años se extendió por ejemplo la idea de que las economías saneadas tenían que crecer un 3% anual para mantener el bienestar e incluso muchas trasnacionales pusieron el límite de crecimiento anual en un 7%. De lo contrario, lo deseable era la deslocalización para buscar mayores beneficios.
Habría que decir, que esos indicadores económicos no parecen fiables más que para hacer cuadrar las cuentas anuales de los consejos de administración de las grandes empresas y como argumento discursivo del político de turno. Así, el PIB, o el valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período, es, según J. K. Galbraith “una de las formas de engaño social más extendidas”. De hecho, el PIB mide exclusivamente la producción de bienes y servicios (sean estos coches fabricados, minerales extraídos, árboles talados, construcción de presidios, gestión de accidentes y desastres naturales, o armas producidas y vendidas), pero no tiene en cuenta ni la justicia social ni los costes medioambientales, que son básicos para el buen vivir de la humanidad, por lo que equipararlo al “progreso” social es una barbaridad. Como bien dice Carlos Taibo: “un bosque convertido en papel aumenta el PIB, mientras que ese bosque indemne, decisivo para garantizar la vida, no computa como riqueza”.
Sólo lo que produce PIB parece ser deseable para la sociedad. De este modo, una familia campesina que cultive sus vegetales para autoconsumo, que críe el ganado del que se alimenta y del que obtiene trabajo en las plantaciones, que haga su vino y su pan o que repare su vivienda, no estaría generando prácticamente PIB, no generaría riqueza y, por lo tanto, para el sistema imperante sería una familia de infelices que no es deseable para la humanidad. No obstante, para todos es entendible que esa familia produce bienes no intercambiables por dinero que aumentan mucho su calidad de vida. Ya lo dice Monsangini: “El PIB crece cuando culturas, formas de vida, bienes no intercambiables… son sustituidos por mercancía”.
Entre otras, hay dos cuestiones claves que deslegitiman claramente el mito del crecimiento:
1. No ha generado tanto bienestar como dicen para la humanidad
2. Con él se está superando la biocapacidad del planeta, o sus límites ambientales
1-. Si bien es cierto que el crecimiento ha generado beneficios para la humanidad, esto sólo es aplicable la una minoría de esa humanidad, la del Norte global y, además, es muy discutible que los techos económicos conseguidos hoy sean beneficiosos incluso para esa parte de la humanidad privilegiada. Bien apunta Carlos Taibo que la mayor parte de sociedades “occidentales” piensan que vivían mejor en la década de 1960 –antes del neoliberalismo– y que los porcentajes de ciudadanos y ciudadanas que se declaran felices y satisfechos es cada vez menor. Más bienes materiales, no implican felicidad. Es más, la obsesión por la acumulación de bienes genera más infelicidad.
Por otro lado, hay datos de peso que corroboran que el neoliberalismo redundó en el perjuicio de la mayor parte de la población mundial. Si en 1960 la brecha entre lo 20% más rico del planeta y el 80% más pobre era de 1 a 30, hoy es de 1 a 80. Las desigualdades son pues cada día más gigantescas, tanto entre el Norte y el Sur del planeta como en el interior de los Estados, incluyendo los de la UE y los EUA, que acopian alarmantes bolsas de pobreza, desempleo, degradación ambiental, pérdida de coberturas sociales, etc. en un meteórico proceso que ya se conoce como la tercermundialización de las ciudades occidentales. El sueño americano, por ejemplo, es hoy es imposible para más de 38 millones de personas, que son las que en los EE.UU viven bajo la línea de la pobreza.
2-. El otro dato tiene que ver con la capacidad del planeta para sustentar la vida. El crecimiento, la producción de bienes y servicios, necesariamente aumenta el consumo de recursos naturales, y este consumo es mucho mayor que la capacidad de regeneración del planeta.
Todos los indicadores apuntan al agotamiento de recursos. Con las tendencias actuales, que según la teoría del crecimiento deben aún crecer, el pico del petróleo se producirá entre 2010 y 2040, sólo queda gas natural para 70 años, uranio para 80-160, carbón para 150; el cambio climático es un hecho, la extinción de especies supera 5.000 veces a la de fondo y la mitad de la diversidad biológica puede desaparecer la finales del próximo siglo, etc.
Uno de los indicadores más utilizados es el de la huella ecológica, esto es, el cálculo en hectáreas del espacio necesario de una persona o grupo de personas (un país, una comunidad) dado para obtener sus recursos y descartar sus residuos. La huella ecológica es muy complicada de medir y cuantitativamente es muy dudosa, pues no atiende por ejemplo a la contaminación –solo al CO2 y a la energía nuclear–, ni a que compartimos espacio en el planeta con otras especies. Sin embargo, cualitativamente es muy indicativa. Hoy la humanidad ya está usando 1,3 Tierras y según los pronósticos en 2050 usaremos 2 Tierras. Superamos la biocapacidad del planeta en 1980 y la triplicamos entre 1960 y 2003, de manera que hoy, por ejemplo, un norteamericano precisa 12,9 (5,5 en los EE.UU y 7,9 fuera) hectáreas de Tierra para producir todo lo que consume y echar los residuos que genera, mientras que un habitante de Bangladesh usa 0,56 Tierras. La capacidad de carga del planeta es de 1,9 has/habitante. Además, todos los países del Norte tienen más huella ecológica de la que tiene la capacidad de carga de su país, de manera que el resto lo obtienen del Sur.
Por causa de estas cifras deducimos que si todos los habitantes de la Tierra viviesen como los europeos precisaríamos 3 Tierras, y para vivir como los estadounidenses 7.
Y un dato para la reflexión que nos proporciona Xan Duro (Verdegaia): “el único país del mundo que en base a los índices de desarrollo humano de la ONU y el PIB, supera el umbral de retraso pero se mantiene dentro de los parámetros de la sostenibilidad es Cuba”.
NO AL DESARROLLO SOSTENIBLE
Y entre crecimiento y decrecimiento hay algo? Para muchos el desarrollo sostenible. Un crecer con cuidadito bastante ilusorio. El decrecimiento, como necesidad social y planetaria, se opone radicalmente al término tan empleado y, para muchos y muchas activistas, ya vacío de contenido de “desarrollo sostenible”, especialmente porque la clase política y empresarial ha identificado desarrollo con crecimiento, de manera que se da una flagrante contradicción: lo que se desarrolla no puede ser sostenible, y lo que es sostenible no se desarrolla. Este término, nacido del informe Brundtland en 1987 y adoptado por los poderosos después de la cumbre de Río de 1992, para muchos autores (J.M. Naredo) “está sirviendo para mantener la fe en el crecimiento de los países industrializados”.
Si bien es obvio que los límites del planeta son aceptados por todos, desde los economistas neoliberales a los ecologistas, para los primeros los avances tecnológicos permitirán superar todos los techos que la naturaleza imponga, de manera que podemos seguir creciendo y confiar en la ciencia. Ese es el argumento fundamental, porque no hay otro, para defender que sí puede haber un crecimiento sostenible y para rebatir las hipótesis de quienes defienden la necesidad de tomar la senda del decrecimiento. Para estos gurús, el progreso tecnológico abre el camino hacia desmaterialización de nuestras economías, dando cuerpo a tejidos productivos cada vez menos dependientes de la materia y de la energía. Mas cómo dice Mauro Bonauti: “quieren hacernos creer que se pueden hacer más pizzas con menos harina, simplemente empleando un horno mayor o más cocineros”. ¿No son las economías más “avanzadas” las que gastan más materia y energía?
El decrecimiento descarta el efecto del crecimiento tecnológico con el llamado Efecto Rebote: a pesar de que se empleen menos materia y energía gracias a los avances tecnológicos, el fomento del consumo siempre produce más gasto.
EL DECRECIMIENTO COMO CONSIGNA
Estamos delante de una corriente de pensamiento y un movimiento social a la vez.
1-. Corriente de pensamiento
La noción de decrecimiento surge fundamentalmente del trabajo de Nicholas Georgescu-Roegen, un economista norteamericano de origen rumano que escribió su obra entre los años 60 y 70 –escribe su obra más famosa, ‘The Entropy Law and the Economic Process’ en 1971, antes de la crisis del petróleo– y que se considera padre de la bioeconomía, por la que aplicaba leyes físicas y biológicas a la economía. El empleo de la segunda ley de la termodinámica, mediante la cual la entropía –la energía que no puede utilizarse para producir trabajo– de cualquier sistema cerrado aumenta con el tiempo de manera irrevocable e irreversible, está en la base de sus teorías. Al estar la humanidad atada por el hecho de que se enfrenta a la dependencia absoluta de energía y materia que se degradan continuamente, tenemos que reducir drásticamente nuestro consumo hasta respetar los límites de la biosfera.
También hay que tener en cuenta el famoso informe del Club de Roma de 1972 (Los límites del crecimiento), en el que se afirmaba que en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (no sólo el PIB, también la población) no son sostenibles; de suerte que se debería tender la un crecimiento cero, teoría defendida por otros economistas, como Herman Daly, y descartada por Georgescu-Roegen antes y por indicadores como la huella ecológica hoy.
Otros antecedentes teóricos los encontramos en Karl Polanyi, Jaques Grinevald, André Gorz, Edgar Morin, Ivan Illich (contraprodutividad), etc.
Desde aquel entonces son muchos los autores que investigan hoy sobre decrecimiento, especialmente en Francia, por gente como Serge Latouche, Vincent Cheynet, François Scheneider… y varios italianos, como Mauro Bonaiuti, Maurizio Pallante, Paolo Cacciari, etc.
Dentro de los teóricos del decrecimiento es Cheynet el que da en el clavo al diferenciar entre decrecimiento sostenible y decrecimiento insostenible, o traumático, poniendo como ejemplo del segundo el caso de Rusia desde 1990, con datos alarmantes, como que la esperanza de vida era de 70 años en 1980 y de 59 en la actualidad.
2-. Movimiento social a tres escalas
a. Individual (simplicidad voluntaria, autoproducción de bienes y servicios, etc.)
b. Colectiva (autogestión, cooperativas de consumidores, banca ética, redes sociales de intercambio, etc.)
c. Acción Política (propuestas, movilizaciones, etc.)
¿QUÉ SOCIEDAD BUSCA EL DECRECIMIENTO?
Valdría para explicarlo un texto de André Gorz:
“Intenten imaginar una sociedad fundada en estos criterios. La producción de tejidos muy resistentes, de zapatos que duren años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar un siglo, todo ello está, desde hace tiempo, al alcance de la técnica y de la ciencia de la misma forma que la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos (de transporte, de lavado, etc.) que nos libren de la compra individual de máquinas caras, frágiles y devoradoras de energía.
Imaginen en cada inmueble colectivo 2 o 3 salas de televisión (una por programa); una sala de juegos para los niños; un taller bien equipado de bricolage; una lavandería con secadora y plancha: tendrían ustedes todavía la necesidad de todos vuestros equipamientos individuales, y seguirían atascándose en las carreteras si hay transportes colectivos cómodos hacia los lugares de descanso, aparcamientos para bicis y ciclomotores, una red de transportes en común para las afueras y las ciudades? Imaginen también que la gran industria, planificada centralmente, se limita a producir lo necesario: 4 o 5 modelos de zapatos y de prendas que duren, 3 modelos de coches robustos y transformables, además de todo lo necesario para los equipamientos y servicios colectivos. Es imposible en economía de mercado? Sí. Sería el paro masivo? No: la semana de 20 horas, a condición de cambiar el sistema. Sería la uniformidad y la monotonía? No, pues imaginen esto también: cada barrio, cada municipio dispone de talleres, abiertos día y noche, equipados de toda una gama tan completa como sea posible, de herramientas y máquinas, dónde los habitantes, individualmente, colectivamente o en grupos, producirán ellos mismos, fuera del mercado, lo superfluo, en función de sus gustos y deseos. Como sólo trabajarán 20 horas por semana (y puede que menos) para producir lo necesario, los adultos tendrán todo el tiempo de aprender todo lo que los niños aprenderán por su lado en la escuela primaria: trabajo de la madera, del cuero, de tejidos, de la piedra, de metales; electricidad, mecánica, cerámica, agricultura...
¿Es una utopía? Puede ser un programa. Pues esta “utopía” corresponde a la forma la más avanzada, y no la más frustrada del socialismo: a una sociedad sin burocracia, dónde el mercado decae y dónde hay suficiente para todos y dónde las personas son individualmente y colectivamente libres de modelar sus vidas, de elegir lo que quieren hacer y tener además de lo necesario: una sociedad dónde el libre desarrollo de todos sería a la vez el fin y la condición del libre desarrollo de cada uno Marx dixit”.
LAS TRES DIMENSIONES DEL DECRECIMIENTO
1. Ecológica: la conservación de la naturaleza es una premisa irrenunciable
2. Económica: Menos producción y consumo. Por ejemplo, la reducción y reparto del tiempo de trabajo. Latouche lo cifra en 4 o 5 horas diarias, Gorz en 1000 horas en vez de 1600. Con esto conseguiríamos que la gente no se sintiese excluida y trabajar para proporcionar bienes y servicios necesarios. Saliéndonos de la economía del trabajo produciríamos menos porque precisaríamos consumir menos. Bonaiuti argumenta la reducción drástica del consumo provocaría malestar social, desocupación y, en última instancia, el fracaso de la política económico-ecológica alternativa. Propugna, en consecuencia, potenciar los “bienes relacionales” –atenciones, conocimientos, participación, nuevos espacio de libertad y de espiritualidad, etc.– y caminar hacia una economía solidaria. El decrecimiento material tendría que ser un crecimiento relacional, convivencial y espiritual.
3. Social: Simplicidad voluntaria y autosuficiencia, cambios en los parámetros de vida, volver a las sociedades colectivas. Ruralización frente a urbanización, reparto frente a acumulación, localización frente a globalización, decrecimiento frente a hiperconsumismo, ocio frente a trabajo obsesivo; menos, menos, menos…
¿Y COMO APLICARLO?
Los teóricos esgrimen básicamente dos maneras:
Antes de comenzar, habría que indicar en primer lugar que quienes participamos de la lucha de los movimientos sociales antisistémicos no buscamos alternativas a la crisis del sistema neoliberal. Buscamos alternativas al sistema neoliberal, esto es, que no nos valen las soluciones que proponen los poderosos, pues sólo tratan de “volver a la senda del crecimiento” y recuperar el estado financiero mundial previo a la crisis, como bien demuestran las inyecciones multimillonarias que el G20 acaba de decidir para el FMI, uno de los principales causantes de este desorden mundial que sólo habla de crisis financiera, pero que sobre todo está configurada por una crisis ambiental, una crisis alimentaria y una crisis humanitaria en todos los aspectos. Como bien dice el filósofo José María Ripalda: “Nos presentan una crisis ‘en el’ capitalismo, no una crisis ‘del’ capitalismo; como mucho se habla de algunas reformas legales que nadie cree que vayan ser profundas”.
Por lo tanto, la lucha es por cambiar el sistema, no por recuperarlo, y el decrecimiento un camino necesario que implica no sólo un poco más de conciencia ecológica o humanitaria, sino “un cambio radical en la manera de producir, de consumir y de vivir, una nueva manera de organizarnos social y económicamente” (Paco Fdez. Buey)
En segundo lugar, es muy importante destacar que debemos desterrar la idea de que el culpable de la situación mundial –en la que un 20% de la población explota el 85% de los recursos y en el que más de dos millones de personas mueren de hambre diariamente– es sólo la expresión neoliberal del capitalismo. Cierto es que la imposición mundial del capitalismo bajo su disfraz más bárbaro desde hace aproximadamente dos décadas, de lo que se da en llamar globalización neoliberal, no fue capaz, como afirman sus defensores –decían que el mercado por sí mismo regularía toda disfunción social– de solucionar las necesidades más básicas de la humanidad. Esa doctrina fundamentalmente económica –basada en el crecimiento–, pero también política, ideológica y social, por la que el capital dinero tiene más importancia que la el “capital humano”, generó más desigualdad social, más destrucción ambiental, más desprecio por los derechos humanos, por la diversidad cultural y por la soberanía de los pueblos, más inseguridad en todos los campos, del local al global, y un boquete insalvable entre el centro y la periferia del sistema.
Sin embargo, no es menos cierto que el enemigo no es sólo el neoliberalismo. Es el capitalismo en sí. El neoliberalismo no es más con un capitalismo gordo y seboso, muy pesado y poderoso, pero también con evidentes riesgos cardiovasculares, que por fuerza deben llevar al infarto. Nosotros intentamos inducir ese infarto y a ser posible sin que haya cerca ningún experto en reanimación cardiopulmonar. Como dice François Houtart: “La distinción entre un capitalismo salvaje y un capitalismo civilizado no existe, porque el capitalismo es civilizado cuando debe y salvaje cuando puede”.
TEORÍA DEL DECRECIMIENTO
El razonamiento de la llamada teoría del decrecimiento es bien sencillo, casi de perogrullo, y existe porque existe el crecimiento. El sistema neoliberal imperante se sustenta en la falacia de que un crecimiento continuo –entendido este como crecimiento económico medido más que nada a través del PIB– es directamente proporcional al bienestar de la humanidad. Según dicen proporciona empleo, servicios sociales a pesar de que estos sean privados, bienes materiales a puñados, cohesión social, tecnologías que arreglarán toda disfunción social a largo plazo y camina hacia una mayor igualdad entre los seres humanos. Pero a nadie escapa que este crecimiento, que sólo habla de un crecer infinito en la producción de bienes y servicios (PIB), no es compatible con el hecho de que se cimienta en uno continuo expolio de los recursos naturales del planeta, de la materia y de la energía.
Siendo estos recursos finitos, resulta por lo tanto evidente que el crecimiento continuo es un imposible, y con él caminamos no solo a un cataclismo ecológico irreversible, y por lo tanto a hacer peligrar la vida en el planeta, sino a una deshumanización de la propia especie humana, que extermina culturas, lenguas, civilizaciones y todo lo que signifique futuro. Frente a esto sólo parece quedar un camino, coger la autovía del decrecimiento sí o sí. En nosotros está que ese decrecimiento sea sostenible, controlado, o por el contrario traumático, en forma de recesión primero y grave y conflictiva depresión después, entrando en una especie de economía de guerra.
De este modo, quienes defienden el decrecimiento afirman que no es posible conservar el medio ambiente, y por lo tanto la humanidad, sin reducir la producción económica, responsable de que actualmente estemos superando la capacidad de regeneración del planeta, como veremos más adelante. Hace falta pues caminar hacia reducción radical del consumo y de la producción, estableciendo una etapa de transición hacia una nueva forma de organización social, hacia una economía que produzca bienes en función de las necesidades reales de todas las personas respetando los límites planetarios.
El decrecimiento por lo tanto no es una teoría ni un simple anhelo de los movimientos sociales. Ni siquiera tiene un programa concreto. No existe un comité mundial para el decrecimiento ni una fórmula global para decrecer. De hecho, algunas cosas tendrán que decrecer, más otras no. El decrecimiento es más bien una consigna, o a lo mejor una ley natural inevitable, tan inevitable como la noche después del día, “defendida por quienes realizan una crítica radical del desarrollo con el objetivo de romper el discurso estereotipado y economicista y diseñar un proyecto de recambio para una política del ‘postdesarrollo’? (Serge Latouche).
Vaya, que como dice uno de los padres del decrecimiento, Georgescu-Roegen, “antes o después el crecimiento, la gran obsesión de los economistas estándar y de los marxistas, tiene que terminar. La única pregunta abierta es cuando”.
EL MITO DEL CRECIMIENTO
El crecimiento económico –pues hay otros crecimientos benévolos e incluso deseables– parece ser la única medida que el sistema emplea para legitimarse y de él hicieron un dogma social que quedó impreso en las personas de lo común:
1. Es el objetivo central de nuestras sociedades, el horizonte de las políticas de quien nos malgobierna, incluso desde la izquierda, que discute la redistribución, pero no la producción y el consumo. Históricamente asistimos a un pacto izquierda-derecha con una connivencia de los sindicatos en materia económica.
2. Nadie se pregunta que y para que producir.
3. Hay una prostitución del lenguaje, de las consignas, para convencer a la población, pues sólo se habla de crecimiento (hasta negativo), como si hablásemos de rejuvenecimiento negativo en vez de envejecimiento (Giorgio Monsangini).
EL CRECIMIENTO NO CUADRA
Según la economía capitalista, o desarrollista, mientras los indicadores económicos vayan bien, ora decir hacia arriba, el nivel de vida de las personas será mejor, porque estas tendrán más bienes materiales y sociedades más tecnológicas que ayudan a ser más felices. De este modo, en los últimos años se extendió por ejemplo la idea de que las economías saneadas tenían que crecer un 3% anual para mantener el bienestar e incluso muchas trasnacionales pusieron el límite de crecimiento anual en un 7%. De lo contrario, lo deseable era la deslocalización para buscar mayores beneficios.
Habría que decir, que esos indicadores económicos no parecen fiables más que para hacer cuadrar las cuentas anuales de los consejos de administración de las grandes empresas y como argumento discursivo del político de turno. Así, el PIB, o el valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período, es, según J. K. Galbraith “una de las formas de engaño social más extendidas”. De hecho, el PIB mide exclusivamente la producción de bienes y servicios (sean estos coches fabricados, minerales extraídos, árboles talados, construcción de presidios, gestión de accidentes y desastres naturales, o armas producidas y vendidas), pero no tiene en cuenta ni la justicia social ni los costes medioambientales, que son básicos para el buen vivir de la humanidad, por lo que equipararlo al “progreso” social es una barbaridad. Como bien dice Carlos Taibo: “un bosque convertido en papel aumenta el PIB, mientras que ese bosque indemne, decisivo para garantizar la vida, no computa como riqueza”.
Sólo lo que produce PIB parece ser deseable para la sociedad. De este modo, una familia campesina que cultive sus vegetales para autoconsumo, que críe el ganado del que se alimenta y del que obtiene trabajo en las plantaciones, que haga su vino y su pan o que repare su vivienda, no estaría generando prácticamente PIB, no generaría riqueza y, por lo tanto, para el sistema imperante sería una familia de infelices que no es deseable para la humanidad. No obstante, para todos es entendible que esa familia produce bienes no intercambiables por dinero que aumentan mucho su calidad de vida. Ya lo dice Monsangini: “El PIB crece cuando culturas, formas de vida, bienes no intercambiables… son sustituidos por mercancía”.
Entre otras, hay dos cuestiones claves que deslegitiman claramente el mito del crecimiento:
1. No ha generado tanto bienestar como dicen para la humanidad
2. Con él se está superando la biocapacidad del planeta, o sus límites ambientales
1-. Si bien es cierto que el crecimiento ha generado beneficios para la humanidad, esto sólo es aplicable la una minoría de esa humanidad, la del Norte global y, además, es muy discutible que los techos económicos conseguidos hoy sean beneficiosos incluso para esa parte de la humanidad privilegiada. Bien apunta Carlos Taibo que la mayor parte de sociedades “occidentales” piensan que vivían mejor en la década de 1960 –antes del neoliberalismo– y que los porcentajes de ciudadanos y ciudadanas que se declaran felices y satisfechos es cada vez menor. Más bienes materiales, no implican felicidad. Es más, la obsesión por la acumulación de bienes genera más infelicidad.
Por otro lado, hay datos de peso que corroboran que el neoliberalismo redundó en el perjuicio de la mayor parte de la población mundial. Si en 1960 la brecha entre lo 20% más rico del planeta y el 80% más pobre era de 1 a 30, hoy es de 1 a 80. Las desigualdades son pues cada día más gigantescas, tanto entre el Norte y el Sur del planeta como en el interior de los Estados, incluyendo los de la UE y los EUA, que acopian alarmantes bolsas de pobreza, desempleo, degradación ambiental, pérdida de coberturas sociales, etc. en un meteórico proceso que ya se conoce como la tercermundialización de las ciudades occidentales. El sueño americano, por ejemplo, es hoy es imposible para más de 38 millones de personas, que son las que en los EE.UU viven bajo la línea de la pobreza.
2-. El otro dato tiene que ver con la capacidad del planeta para sustentar la vida. El crecimiento, la producción de bienes y servicios, necesariamente aumenta el consumo de recursos naturales, y este consumo es mucho mayor que la capacidad de regeneración del planeta.
Todos los indicadores apuntan al agotamiento de recursos. Con las tendencias actuales, que según la teoría del crecimiento deben aún crecer, el pico del petróleo se producirá entre 2010 y 2040, sólo queda gas natural para 70 años, uranio para 80-160, carbón para 150; el cambio climático es un hecho, la extinción de especies supera 5.000 veces a la de fondo y la mitad de la diversidad biológica puede desaparecer la finales del próximo siglo, etc.
Uno de los indicadores más utilizados es el de la huella ecológica, esto es, el cálculo en hectáreas del espacio necesario de una persona o grupo de personas (un país, una comunidad) dado para obtener sus recursos y descartar sus residuos. La huella ecológica es muy complicada de medir y cuantitativamente es muy dudosa, pues no atiende por ejemplo a la contaminación –solo al CO2 y a la energía nuclear–, ni a que compartimos espacio en el planeta con otras especies. Sin embargo, cualitativamente es muy indicativa. Hoy la humanidad ya está usando 1,3 Tierras y según los pronósticos en 2050 usaremos 2 Tierras. Superamos la biocapacidad del planeta en 1980 y la triplicamos entre 1960 y 2003, de manera que hoy, por ejemplo, un norteamericano precisa 12,9 (5,5 en los EE.UU y 7,9 fuera) hectáreas de Tierra para producir todo lo que consume y echar los residuos que genera, mientras que un habitante de Bangladesh usa 0,56 Tierras. La capacidad de carga del planeta es de 1,9 has/habitante. Además, todos los países del Norte tienen más huella ecológica de la que tiene la capacidad de carga de su país, de manera que el resto lo obtienen del Sur.
Por causa de estas cifras deducimos que si todos los habitantes de la Tierra viviesen como los europeos precisaríamos 3 Tierras, y para vivir como los estadounidenses 7.
Y un dato para la reflexión que nos proporciona Xan Duro (Verdegaia): “el único país del mundo que en base a los índices de desarrollo humano de la ONU y el PIB, supera el umbral de retraso pero se mantiene dentro de los parámetros de la sostenibilidad es Cuba”.
NO AL DESARROLLO SOSTENIBLE
Y entre crecimiento y decrecimiento hay algo? Para muchos el desarrollo sostenible. Un crecer con cuidadito bastante ilusorio. El decrecimiento, como necesidad social y planetaria, se opone radicalmente al término tan empleado y, para muchos y muchas activistas, ya vacío de contenido de “desarrollo sostenible”, especialmente porque la clase política y empresarial ha identificado desarrollo con crecimiento, de manera que se da una flagrante contradicción: lo que se desarrolla no puede ser sostenible, y lo que es sostenible no se desarrolla. Este término, nacido del informe Brundtland en 1987 y adoptado por los poderosos después de la cumbre de Río de 1992, para muchos autores (J.M. Naredo) “está sirviendo para mantener la fe en el crecimiento de los países industrializados”.
Si bien es obvio que los límites del planeta son aceptados por todos, desde los economistas neoliberales a los ecologistas, para los primeros los avances tecnológicos permitirán superar todos los techos que la naturaleza imponga, de manera que podemos seguir creciendo y confiar en la ciencia. Ese es el argumento fundamental, porque no hay otro, para defender que sí puede haber un crecimiento sostenible y para rebatir las hipótesis de quienes defienden la necesidad de tomar la senda del decrecimiento. Para estos gurús, el progreso tecnológico abre el camino hacia desmaterialización de nuestras economías, dando cuerpo a tejidos productivos cada vez menos dependientes de la materia y de la energía. Mas cómo dice Mauro Bonauti: “quieren hacernos creer que se pueden hacer más pizzas con menos harina, simplemente empleando un horno mayor o más cocineros”. ¿No son las economías más “avanzadas” las que gastan más materia y energía?
El decrecimiento descarta el efecto del crecimiento tecnológico con el llamado Efecto Rebote: a pesar de que se empleen menos materia y energía gracias a los avances tecnológicos, el fomento del consumo siempre produce más gasto.
EL DECRECIMIENTO COMO CONSIGNA
Estamos delante de una corriente de pensamiento y un movimiento social a la vez.
1-. Corriente de pensamiento
La noción de decrecimiento surge fundamentalmente del trabajo de Nicholas Georgescu-Roegen, un economista norteamericano de origen rumano que escribió su obra entre los años 60 y 70 –escribe su obra más famosa, ‘The Entropy Law and the Economic Process’ en 1971, antes de la crisis del petróleo– y que se considera padre de la bioeconomía, por la que aplicaba leyes físicas y biológicas a la economía. El empleo de la segunda ley de la termodinámica, mediante la cual la entropía –la energía que no puede utilizarse para producir trabajo– de cualquier sistema cerrado aumenta con el tiempo de manera irrevocable e irreversible, está en la base de sus teorías. Al estar la humanidad atada por el hecho de que se enfrenta a la dependencia absoluta de energía y materia que se degradan continuamente, tenemos que reducir drásticamente nuestro consumo hasta respetar los límites de la biosfera.
También hay que tener en cuenta el famoso informe del Club de Roma de 1972 (Los límites del crecimiento), en el que se afirmaba que en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (no sólo el PIB, también la población) no son sostenibles; de suerte que se debería tender la un crecimiento cero, teoría defendida por otros economistas, como Herman Daly, y descartada por Georgescu-Roegen antes y por indicadores como la huella ecológica hoy.
Otros antecedentes teóricos los encontramos en Karl Polanyi, Jaques Grinevald, André Gorz, Edgar Morin, Ivan Illich (contraprodutividad), etc.
Desde aquel entonces son muchos los autores que investigan hoy sobre decrecimiento, especialmente en Francia, por gente como Serge Latouche, Vincent Cheynet, François Scheneider… y varios italianos, como Mauro Bonaiuti, Maurizio Pallante, Paolo Cacciari, etc.
Dentro de los teóricos del decrecimiento es Cheynet el que da en el clavo al diferenciar entre decrecimiento sostenible y decrecimiento insostenible, o traumático, poniendo como ejemplo del segundo el caso de Rusia desde 1990, con datos alarmantes, como que la esperanza de vida era de 70 años en 1980 y de 59 en la actualidad.
2-. Movimiento social a tres escalas
a. Individual (simplicidad voluntaria, autoproducción de bienes y servicios, etc.)
b. Colectiva (autogestión, cooperativas de consumidores, banca ética, redes sociales de intercambio, etc.)
c. Acción Política (propuestas, movilizaciones, etc.)
¿QUÉ SOCIEDAD BUSCA EL DECRECIMIENTO?
Valdría para explicarlo un texto de André Gorz:
“Intenten imaginar una sociedad fundada en estos criterios. La producción de tejidos muy resistentes, de zapatos que duren años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar un siglo, todo ello está, desde hace tiempo, al alcance de la técnica y de la ciencia de la misma forma que la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos (de transporte, de lavado, etc.) que nos libren de la compra individual de máquinas caras, frágiles y devoradoras de energía.
Imaginen en cada inmueble colectivo 2 o 3 salas de televisión (una por programa); una sala de juegos para los niños; un taller bien equipado de bricolage; una lavandería con secadora y plancha: tendrían ustedes todavía la necesidad de todos vuestros equipamientos individuales, y seguirían atascándose en las carreteras si hay transportes colectivos cómodos hacia los lugares de descanso, aparcamientos para bicis y ciclomotores, una red de transportes en común para las afueras y las ciudades? Imaginen también que la gran industria, planificada centralmente, se limita a producir lo necesario: 4 o 5 modelos de zapatos y de prendas que duren, 3 modelos de coches robustos y transformables, además de todo lo necesario para los equipamientos y servicios colectivos. Es imposible en economía de mercado? Sí. Sería el paro masivo? No: la semana de 20 horas, a condición de cambiar el sistema. Sería la uniformidad y la monotonía? No, pues imaginen esto también: cada barrio, cada municipio dispone de talleres, abiertos día y noche, equipados de toda una gama tan completa como sea posible, de herramientas y máquinas, dónde los habitantes, individualmente, colectivamente o en grupos, producirán ellos mismos, fuera del mercado, lo superfluo, en función de sus gustos y deseos. Como sólo trabajarán 20 horas por semana (y puede que menos) para producir lo necesario, los adultos tendrán todo el tiempo de aprender todo lo que los niños aprenderán por su lado en la escuela primaria: trabajo de la madera, del cuero, de tejidos, de la piedra, de metales; electricidad, mecánica, cerámica, agricultura...
¿Es una utopía? Puede ser un programa. Pues esta “utopía” corresponde a la forma la más avanzada, y no la más frustrada del socialismo: a una sociedad sin burocracia, dónde el mercado decae y dónde hay suficiente para todos y dónde las personas son individualmente y colectivamente libres de modelar sus vidas, de elegir lo que quieren hacer y tener además de lo necesario: una sociedad dónde el libre desarrollo de todos sería a la vez el fin y la condición del libre desarrollo de cada uno Marx dixit”.
LAS TRES DIMENSIONES DEL DECRECIMIENTO
1. Ecológica: la conservación de la naturaleza es una premisa irrenunciable
2. Económica: Menos producción y consumo. Por ejemplo, la reducción y reparto del tiempo de trabajo. Latouche lo cifra en 4 o 5 horas diarias, Gorz en 1000 horas en vez de 1600. Con esto conseguiríamos que la gente no se sintiese excluida y trabajar para proporcionar bienes y servicios necesarios. Saliéndonos de la economía del trabajo produciríamos menos porque precisaríamos consumir menos. Bonaiuti argumenta la reducción drástica del consumo provocaría malestar social, desocupación y, en última instancia, el fracaso de la política económico-ecológica alternativa. Propugna, en consecuencia, potenciar los “bienes relacionales” –atenciones, conocimientos, participación, nuevos espacio de libertad y de espiritualidad, etc.– y caminar hacia una economía solidaria. El decrecimiento material tendría que ser un crecimiento relacional, convivencial y espiritual.
3. Social: Simplicidad voluntaria y autosuficiencia, cambios en los parámetros de vida, volver a las sociedades colectivas. Ruralización frente a urbanización, reparto frente a acumulación, localización frente a globalización, decrecimiento frente a hiperconsumismo, ocio frente a trabajo obsesivo; menos, menos, menos…
¿Y COMO APLICARLO?
Los teóricos esgrimen básicamente dos maneras:
1. Autogestión de las comunidades más allá de los aparatos de Estado
2. Con una planificación central, con aire socialista
¿CÓMO DECRECER?
Serge Latouche lo intenta resumir de manera gráfica y parcialmente en su programa de las 8 R: Revaluar (revisar nuestros valores: cooperación vs. competencia, altruismo vs. egoísmo, etc.); Recontextualizar (modificar nuestras formas de conceptualizar la realidad, evidenciando la construcción social de la pobreza, de la escasez, etc.); Reestructurar (adaptar las estructuras económicas y productivas al cambio de valores); Relocalizar (sustentar la producción y el consumo esencialmente la escala local); Redistribuir (el acceso a recursos naturales y las riquezas); Reducir (limitar el consumo a la capacidad de carga de la biosfera); Reutilizar (contra el consumismo, tender hacia bienes durables y a su reparación y conservación); Reciclar (en todas nuestras actividades).
Las propuestas son infinitas:
1. Relocalización de la economía a escala local: evitar la concentración de empresas. Mercados locales y artesanados que generen una economía local, de calidad y sin publicidad.
2. Relocalizar la producción y también la política.
3. Abandono del consumismo y la publicidad.
4. Economía solidaria (comercio justo, banca ética, consumo crítico, cooperativas de consumo, intercambios no mercantilizados como las redes de cambio).
5. Reparto de recursos.
6. Salario máximo y renta básica.
7. Autoproducción de bienes y servicios.
8. Prohibir privatizar servicios públicos esenciales (agua, educación, sanidad y bienes comunes; con lo que también se generaría trabajo).
9. Abandono absoluto de la agricultura intensiva por la agroecología.
10. Energías renovables, menos consumo, eliminaciones de las no renovables.
11. Desindustrialización: Cerrar las industrias automovilística, militar, aviación y reconducir el empleo hacia campos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y ambientales.
12. Desurbanización (vivimos en el 0,2% de la superficie del planeta. Las ciudades son parásitas del crecimiento).
13. Ciudades en transición.
¿CUANTO DECRECER?
Hay quien habla del 5% anual para no entrar en convulsión, en el caos. En los países pobres sería otra cosa, pero sobre todo tratar que no sigan el modelo de desarrollo vigente. Para esos países se impone, en la percepción de S. Latouche, un listado de "R": Romper con la dependencia económica y cultural con respeto al Norte, Retomar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, Reencontrar la identidad propia, Reapropiar ésta, Recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el Reembolso de la deuda ecológica y Restituir el honor perdido.
ALTERNATIVAS REALES EN MARCHA
Hay movimientos ciudadanos muy importantes que optan por el decrecimiento, especialmente en Francia e Italia.
En Francia hay desde Institutos de estudios económicos sobre el decrecimiento sostenible (www.decroissance.org) a una revista semanal, ‘La Décroissance’ también con redacción en Italia), que ya tiene una tirada de 50 mil ejemplares. También existen movimientos como la Red de Objetores de Crecimiento e iniciativas prácticas muy abundantes, como los SEL (Sistemas de intercambio locales), las RES (redes locales de economía solidaria) y los famosos AMAP (asociaciones para el mantenimiento de la agricultura campesina), que cada mes pagan una pequeña cantidad que le permite al productor disponer del dinero y él va suministrando de productos de temporada a los socios y que ya alimentan a un millón de franceses y francesas.
En Italia cabe destacar la Rete per la descrescita (www.descrescita.it), en Catalunya la Entesa pel decreixement (www.decreixement.net), etc.
En otros lugares, como en Galicia, las iniciativas están surgiendo sin parar en los últimos años. Se cuentan ya varias cooperativas de consumo (Árbore, Xoaniña, Semente, etc.), mercados de cambio, redes de comercio justo, masas críticas, Fiare y Coop 57 (banca ética), red de permacultura (ecoaldeas), etc.
Son alternativas reales, locales que, paradójicamente, de crecer implicarían ya de por sí decrecimiento. No hay una fórmula, pero todo comienza por actitudes personales y sobre todo por lo local, pues difícilmente los poderosos van a aceptar un camino de decrecimiento controlado. ¿O sí?
Manoel Santos (Nacido en Vigo en 1969). Biólogo, experto en Ecosistemas y Recursos Biológicos, escritor, colaborador periodístico y produtor editorial. Militante altermundista. Fundador y Director de www.altermundo.org
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